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El Músico Invisible

El Músico Invisible #3 – Mascota de James Brown

By 13 mayo, 2016abril 19th, 2021No Comments

Tengo que hacerles una confesión. Cuando tenía 16 años, fui mascota de la banda de James Brown. Si, leyeron bien. Yo, Pedro Bellora, fui mascota de la que es –en mi opinión- una de las más grandes bandas en la historia de la música.

En ese entonces yo vivía en Bariloche y convencí a mis padres de viajar a Buenos Aires para asistir a un concierto del “Padrino del Soul”, el mítico músico James Brown. A través de una extraña cadena de eventos terminé logrando entrar al lugar en el que la banda cenaba después del concierto e, increíblemente, no solo me permitieron estar con ellos sino que me adoptaron durante los siguientes días. Me invitaron a todos los conciertos que dieron en su gira por Buenos Aires, compartiendo pruebas de sonido, comidas y mil anécdotas que recuerdo como si fuera ayer. Fueron días de mucho aprendizaje ¡en muchos sentidos!

Ver un concierto de James Brown es una verdadera experiencia transformadora, de la que uno sale como si literalmente hubiera cambiado molecularmente. Ver ese show es como presenciar el ritual de una tribu de un planeta lejano. El planeta más alucinante del universo, en el que todos los habitantes gozan de un exceso de ritmo en sangre que expresan a través de una música de sorprendente poder. Al ver esa gran banda (unas 20 personas arriba del escenario), no había ningún rastro de humanidad. Los temas no necesitaban de que alguien dijera “1, 2, 3, 4” para empezar, sino que todos los músicos comenzaban al mismo tiempo como si la telepatía fuera cuestión de todos los días; no había lista de temas en el piso, ni atriles sosteniendo partituras, ni ningún tipo de dispositivo ayuda memoria; no había pensamiento, ni dudas, ni interrupciones a una energía que se expresaba en forma de sonido. Pero, por sobre todo, no había ningún tipo de intención de que algo sucediera; simplemente sucedía. Eran personas en trance, conformando un auténtico grupo, en el que el sonido era mucho mayor que la suma de sus partes.

Sin embargo, desde la privilegiada posición de ser la mascota de esa tremenda banda, también podía verse el otro lado del asunto. Cuando no estaban arriba del escenario, esos músicos se parecían sospechosamente al modelo base de homo sapiens sapiens: comían, dormían, no se llevaban del todo bien e incluso había momentos en los que ni bailaban ni hacían música. Pero apenas subían al escenario, algo sucedía. Algo que no era ninguna sutileza. Una transformación, una elevación, una conexión con aquel otro planeta en el que todo es ritmo.

Es que estos músicos tenían tal grado de entrenamiento que literalmente podían tocar sin pensar, y cuando la corteza cerebral deja lugar a las misteriosas conexiones del inconsciente (que son incapaces de mentir) suceden actos que van más allá de la intención y que vienen más allá de nosotros mismos. Además, este trance profundo sucedía no únicamente en forma individual, ya que estamos hablando de una banda que funcionaba como una sólida unidad (más allá de ciertos protagonismos, claro), integrada por personas que tocaban juntos noche tras noche. ¡Y algunos de estos músicos tocaban juntos desde hace décadas!

Pensalo un minuto. Grandes músicos, tocando una música increíble, noche tras noche, durante años y años. Dejando el alma, y literalmente sudando la camiseta, de ciudad a ciudad y de país en país. Esto es un tipo de sobre-entrenamiento que constituye una ideología que bien podríamos aplicar a nuestras vidas.

A veces practicamos nuestra actividad (sea música o lo que fuese) como una actividad mental, que se aprende desde el entendimiento racional. Sin embargo, al analizar la vida de los grandes referentes del campo al que nos dedicamos, muchas veces ellos no son resultado de academias y de métodos formales, sino del genuino y profundo compromiso con el oficio especializado de la actividad que realizan, que a su vez complementan con las ventajas de los métodos académicos. Practican un enorme grado de repetición de cuestiones básicas, que permite operar sin pensar, y este es un caldo de cultivo al que el acto creativo no puede resistirse. Pero, ¿cómo podemos entonces lograr este entrenamiento, en forma individual y también dentro del equipo de trabajo que integramos? Eso, amigas y amigos, es tema de una próxima columna de “El Músico Invisible”.

Columna mensual acerca de la música, el arte y el hecho artístico. Aparece en la revista de Angostura VideoCable, llegando a una gran cantidad de hogares de la ciudad de Bariloche.

Revisión de texto por Marta Carbonero, Valeria Italiani y Martina Gelardi.